lunes, 22 de febrero de 2010

Mr X

Suponemos que el señor en cuestión salió de un restorán y recibió un llamado urgentísimo a su móvil advirtiéndole que huya inmediatamente, y así sin más desvió el taxi al aeropuerto más cercano y se mandó en el primer vuelo que lo alejara de su país. Para esto tendría que ser el tipo de tipo que se mete en asuntos tales que lo llevan a tener consigo todo el tiempo el pasaporte, en caso que surjan estas contrariedades.

Nunca descartamos la posibilidad de que la explicación a este inusual caso sea mucho más simple: que el pobre hombre esté loco, que haya perdido hace tiempo (podría que no mucho) el sentido, la ortientación, la razón! Así simplemente se ha levantado de la siesta una tarde con ciegas ganas de piantarse y eso hizo, sin tomar precaución alguna.

Sin querer pecar de adoradores de lo sobrenatural, lo primero que se nos ocurrió fue que este buen hombre, desconociendo sus poderes mágicos, se metió en su baño una noche y al abrir la puerta se encontró en la cabina de un avión, sobrevolando el Atlántico, y al no poder explicar su misteriosa aparicón, calladito se dejó llevar hasta destino y, ya que era la bella Buenos Aires, aprovechó y se quedó una vueltita.

Lo que sabemos es que un señor de sesenta y algo que no habla fluido el castellano arribó a Buenos Aires en un vuelo internacional, sin carry-on, sin equipaje despachado, sin reserva de hotel, sin efectivo, SIN UNA MUDA DE ROPA INTERIOR, sin idea de cuánto tiempo se iba a quedar en la ciudad ni de qué iba a hacer, pero calmo, dispuesto a empeñar su American Express en cualquier cosa que valga su costo y con un reloj en su pulso que para muchos argentinos vale más que su vida.

Nunca supimos su nombre ni su origen ni su procedencia, pero nos dejó una historia imposible de entender, muy difícil de creer y muy digna de contar.

Pase, Sr. X, cuando salga, así nos cuenta cómo le fue...